jueves, 3 de agosto de 2017

La extraña no violencia

Si alguien saca su navaja en la calle y raja los neumáticos de nuestra bicicleta, tenderemos a pensar que es un gamberro (por tildarlo de alguna manera suave) y que su comportamiento es violento.

No sé cuántos de quienes leáis lo hasta aquí dicho estaréis en desacuerdo con ello; pero, seáis pocos o muchos, lo sepáis o no, sois simpatizantes de la CUP, por lo menos, a tenor de la legitimación que de las últimas acciones de la gamberrorganización Arran han llevado a cabo los cuperos.

En el párrafo inicial, no he trazado una analogía, sino que he expuesto los hechos en sí. Veamos sus dos verdades. 

En primer lugar, las bicicletas cuyas ruedas fueron rajadas son, efectivamente, nuestras. Al menos, yo tiendo a pensar en ellas como un servicio de transporte público como lo puedan ser el autobús o el metro.

En segundo lugar, la acción es decididamente violenta. Podemos discutir si lo es en mayor o menor grado, pero es violenta.¿Quién se pasea por la calle con una navaja en el bolsillo? ¿Alguien enseña a sus hijos a pinchar las ruedas de las bicis de los vecinos con los que no estemos de acuerdo para poder así presionarlos e intentar que adopten nuestro parecer? Actitud violenta; no creo que haya mucha discusión. Y ello, sin necesidad de entrar a valorar otras violentas soplapolleces como las perpetradas en el puerto de Palma o contra el autobús turístico en Barcelona. Hagámoslo, empero.

A los cuatro valientes planoencefalogramáticos de Arran y a sus desdramatizadores bromacolegas de la CUP, puede parecerles inocuo pintarrajar un autobús, acaso porque no ponderan suficientemente lo que puede pesar anímicamente el hecho en un niño, por ejemplo. O en un anciano o en unos padres a cargo de su bebé o a un enfermo del corazón... O, en definitiva, a una persona cualquiera que está al día de la precaria seguridad ciudadana simplemente porque es alguien que acostumbra a leer la prensa, escuchar la radio o ver los telenoticias. Me imagino a mí mismo a bordo de un autobús turístico visitando Viena o Berlín junto a mi mujer y mis tres hijos, cuando, de repente, cuatro encapuchados o cuatro enmascarados interrumpen a la fuerza la marcha del autobús y comienzan a escribir sobre la carrocería y sobre las lunas, en un idioma que desconozco, grandes letras de lo que parece (por el contexto extralingüistico) una consigna política, religiosa tal vez. Todo divertidísimo, qué duda cabe. Les habré agradecido eternamente que me hayan proporcionado una emocionante anécdota que contar en alguna que otra aburrida tertulia nocturna.

Seguro que hay mejores formas de mostrar desacuerdo. No me gustan quienes rajan y pintarrajan a la fuerza. No me gusta quienes fuerzan y violentan.