domingo, 19 de enero de 2014

Desmentido

Tempus fugit, de Jordi Martorell AtribuciónNo comercialSin obras derivadas

No es cierto que el tiempo lo cure todo.

Si así fuese, los hospitales serían relojerías.

viernes, 17 de enero de 2014

Cuestión de orden

   He añadido al dibujo, hallado en la red, los puntos y las letras voladas con que han de
   representarse correctamente las abreviaturas de ordinales. Sin embargo, no he
   querido alterar la ubicación de losnúmeros en el podio, a pesar de que creo estar
   convencido de que 2.º y 3.º equivocan su lado.
Hoy, en clase de ESO, tocaban los numerales ordinales.

—¿Hasta cuál, profe?
—Hasta el infinito y más allá.

Algunos han captado el guiño cinematográfico. Los más no estaban para muchas hostias ante lo que consideraban que amenazaba con ser un martirio.

—¿Quién verbaliza esta cifra: 7.777.º?
—¡Se nota cuál es tu número prefe, profe!
—Fulanito, es usted un portento de retórica: ¡Qué ocurrente y apocopada paranomasia!

En fin, ha habido quien, efectivamente, ha acertado con el sietemilésimo septingentésimo septuagésimo séptimo. Pero, gimnasia cerebral aparte, poco importa que lo hayan sabido, pues ninguno de ellos volverá a usarlo jamás. Sí, en cambio, es de prever que, antes o después, precisarán de otros numerales que ordenan menores cuantías: el 11.º y el 12.º, por ejemplo. Anotados en la pizarra, así como aquí figuran, en cifras, he pedido a la clase que los leyese, que los descifrase. Casi todos ellos han contestado de igual manera: «decimoprimero» y «decimosegundo». He procurado estar atento a la respuesta múltiple y creo que nadie ha respondido ni «décimo primero» ni «décimo segundo», pronunciando separados los formantes —lo cual también habría sido correcto—. Sí, en cambio, ha habido quien ha contestado «undécimo» y «duodécimo», ambas, formas etimológicas y preferidas por el uso culto.

Ha sido entonces cuando, de forma fingida y afectada, me he puesto melodramático y les he implorado a todos que optasen, en adelante, por estas y no por otras formas, a fin de salvarlas de una muerte segura, la cual habrá de acontecer en apenas cincuenta o sesenta años. Temo, sin embargo, no haber despertado suficientemente su heroísmo lingüístico.

Con todo, me daré por satisfecho si, a cambio, logran entre todos fortalecer al esmirriado de los ordinales: el nono, hermano paupérrimo del noveno. Al principio, cuando les advertía acerca de la singularidad de la forma noveno, les costaba creerme. Hasta que les he explicado que, análogamente a las formas ordinales del catalán —cinquè, dotzè...—, en castellano, existieron las formas cinqueno, doceno..., frecuentes en el habla medieval y, de las cuales, hoy solo nos resta este noveno, causante del estertor moribundo de nono, que, a su vez, ha habido de conformarse con una suerte de supervivencia lexemática: nonagésimo, noningentésimo, nonagenario.

En fin, en rigor y como curiosidad etimológica, cabe señalar que, en el español actual, existe otro testimonio de la pervivencia de los antiguos ordinales. El correspondiente al cardinal doce no solo fue la forma doceno, sino también duodeno, de donde toma su nombre la primera porción de nuestro intestino delgado, por medir unos doce dedos de largo.

martes, 7 de enero de 2014

NOOSomos iguales

Ayer, consuetudinariamente, recibí vía c. e. la palabra del día de Ricardo Soca. El don de la oportunidad acertó a que esta fuese el sustantivo rey.

La entrega, también como de costumbre, informaba sobre todo de la etimología de esta palabra, cuya raíz indoeuropea reg- hace referencia «a la idea de moverse en línea recta y, metafóricamente, tener comportamiento correcto, cumplir las reglas». No en vano, dicha raíz está en el origen de las voces latinas rectus, correctus y regula.

En su último párrafo, el texto nos recordaba que «Los indoeuropeos eran pueblos primitivos, prehistóricos, que se congregaban en grupos dirigidos por un guía o jefe, que les indicaba el camino recto, que más tarde los romanos llamarían rex y que llegaría al castellano como rey».

Veinticuatro horas después todos los rincones informativos de periódicos, radios y webs se llenaban con la noticia de que, por fin y de nuevo, la infanta Cristina ha sido imputada. Y, claro, uno no tarda en recordar que el bueno —es un decir— de Juancar no solo no sigue «camino recto» ninguno, sino que ni siquiera sabe indicarlo pues, por mucha ambientación navideñotelevisiva que envuelva a su retórica oficial mientras perora, ni su propia hija le hace caso. Acaso, sencillamente, porque no haya caso; yo, como muchos otros, pienso que el gran Borbón no es ajeno a nada. Ni en esto, ni en el asunto de la herencia...

Que, demasiado a menudo, los poderosos no solo interpretan las leyes a su conveniencia sino que, además, las acomodan a ella para enseguida quebrantarlas es algo que está fuera de toda duda, cuando menos en esta España de corrupción endémica. «Allá van leyes, do quieren reyes» —nunca mejor dicho—.