jueves, 24 de julio de 2014

He can never have enough of his most beautiful girl in the world


Tras cada abrazo, existe una pequeña necesidad emocional. Muy a menudo, más de quien lo da que de quien lo recibe.



NOTA: Hace ya un tiempo que guardé esta suerte de pensamiento despeinado entre los borradores para este blog. Hoy, al ver en Twitter la fotografía que encabeza la entrada, lo he recordado; pues, a su luz, el sentido que encierra se magnifica cruda, descarnadamente.

miércoles, 23 de abril de 2014

Adiós a Vergès


Este año, no he escrito ni refrito entrada alguna para conmemorar la Diada de Sant Jordi, pero recuerdo que la publicada en 2013 concluía con una suerte de breve adenda que contenía una igualmente breve enumeración de escritores de renombre, todos los cuales fallecieron un 23 de abril de distintos años. Anoche, luctuosamente, vino a sumarse a esta nomenclatura el insigne poeta catalán Gerard Vergès.

D. E. P.

Transcribo a continuación un lírico poema de suave tono melancólico que, desde que lo oyese por primera vez de labios de mi mujer, siempre ha figurado entre mis predilectos:

MAIG D’AMOR

Són certes les paraules que vam dir-nos,
certa la primavera del teu cos
i cert l’espill d’amor dels teus ulls negres.

Suau plovia sobre el bosc tendríssim
de pins i diminutes margarides.
Sols el silenci, sols nosaltres sols.

D’aquí a molts anys potser recordaràs
que algú, algun dia, et va estimar moltíssim.
I et pujarà a la gola una dolçor
com una immensa mel, com una música.
La mateixa dolçor que ara jo sento
recordant-te en la meva soledat.

Res no val tant com un instant d’amor.

lunes, 31 de marzo de 2014

jueves, 20 de marzo de 2014

Primavera

Floración del cerezo en el Jerte (IV) ©, por Jnj

(17.57 h)

"La primavera ha venido,
nadie sabe cómo ha sido".
   Antonio Machado    

Para nuestros papis culturales, los romanos, solo había dos tiempos en los que dividir el año, esto es, dos estaciones: una, muy prolongada; y la otra, breve. La primera debía su mayor extensión a que estaba compuesta por la suma de lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, mientras que la más breve correspondía al invierno, entonces llamado hibernum tempus, propiamente, 'tiempo hibernal'. Ver / veris, a su vez, era la palabra con que se aludía a esa otra estación mucho más prolongada, y su significado, propiamente, era el de 'primavera'; aunque como veremos enseguida, andado el tiempo, dio lugar a nuestra voz verano. No obstante, en determinado momento, antes de que el latín se vistiese definitivamente de castellano  —y de catalán y de francés...—, el comienzo de esta larga estación se llamó primo vere ‘primer verano’, y, más tarde, prima vera, de donde, finalmente, brotó nuestra primavera. Fue por entonces también que la época más calurosa, por oposición al hibernum tempus, tomó el nombre de veranum tempus, literalmente, ‘tiempo primaveral’, aunque de ahí, mediante elipsis del término contiguo, nace nuestro verano, como de la otra, por idéntica causa lingüística, surge invierno.

Con todo, a pesar de este desmembramiento, la estación cálida todavía era más prolongada, hasta que, en cierto momento, su período final, correspondiente al tiempo de las cosechas, fue llamado autumnus, voz derivada de auctus ‘aumento’, ‘crecimiento’, ‘incremento’, que procedía, a su vez, de augere ‘acrecentar, robustecer’. El vocablo latino autumnus es el que se aclimató en nuestra lengua como otoño.

De toda esta intrincada nomenclatura estacional —que lo fue más hasta el siglo XVI, pues vino a colarse, en el intervalo entre primavera y verano, el estío—, quedan vestigios en nuestra lengua: verbigracia, el adjetivo vernal, el cual se aplica con igual rigor al solsticio, para señalar 'verano', que al equinoccio, para señalar 'primavera'.

Por cierto, ya que en estas de la etimología andamos: qué descriptiva voz esa con que adviene la primavera: equinoccio, donde equi- 'igual' y noccio 'noche', pues, por hallarse el Sol sobre el ecuador, la noche dura igual que el día.

Feliz primavera a todos.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Machado, in memóriam

Lo que tras el vídeo sigue fue escrito para mis alumnos en otro sitio. Lo traigo aquí ahora para, con ello, reparar el frío vacío que hace cuatro días provoqué justo en este rincón hiperespacial al no acudir a recordar a quien fuese mi primer poeta predilecto.

Entre los recuerdos vividos en mi escolarización primaria, uno de los que guardo más vívidos es el de formar fila en el patio antes de entrar al aulario, mientras por los altavoces oíamos a Machado cantado por Serrat.

Sin duda, llego cuatro días tarde aquí; pero mi conmemoración de Machado viaja siempre conmigo.



«Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar:
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..." ».

He aquí tres versos de Serrat, tan íntimamente ligados, en Cantares, a otros dos versos proverbiales de Antonio Machado, que diríanse todos propiamente machadianos.

He aquí cuatro versos de Serrat, tan íntimamente ligados, en Cantares, a otros versos proverbiales de Antonio Machado, que diríanse machadianos.

Este reciente 22 de febrero se conmemoraba el septuagésimo quinto aniversario del fallecimiento de este gran, enorme, poeta español. Son setenta y cinco años que han pasado y se nos han quedado, pese a que él nunca persiguió la gloria ni dejar en la memoria de los hombres su canción. Son setenta y cinco años que han pasado y se nos han quedado, acaso porque sí. Y acaso, llanamente, porque resulta ser cierto que todo pasa y todo queda, en especial donde los bosques se visten de espino.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Continuidad de los parques

Alejandra Karageorgiu (sin título).
Pastel y lápiz sobre papel de color.
5.ª Muestra Nacional del Foro de Ilustradores. Argentina.
De vez en cuando, se puede dar con un escritor con el que uno aprende que la literatura puede ser distinta. Con Cortázar, uno puede ir más allá todavía y descubrir que la que puede ser distinta es la vida misma.

Hoy se cumplen 30 años de la muerte del escritor y, para conmemorar la fecha traslapada parcialmente por el centenario del nacimiento, he querido traer aquí uno de sus cuentos —supongo que mi preferido—: Continuidad de los parques.

En cierta ocasión, ya expliqué que hace ya demasiados años, siendo yo alumno de secundaria en manos de Salva, mi PROFESOR de literatura —así, con mayúsculas, pues a él debo el cosquilleo por la página impresa—, recibí, del entusiasmo de su lectura en voz alta, este relato de Cortázar. Tanto tiempo después, siendo yo ahora profesor de literatura —así, con minusculillas, para poder afrontar una posible comparación— lo he leído a mi vez en más de una ocasión, también en voz alta y dirigido a mis alumnos de secundaria. Gusto decir que es una narración que engancha. Y captar la atención del alumno no es tarea fácil en estos tiempos que corren, cuando menos si solo se va armado de lectura.

Acaso sea por todo ello que, sin ser plenamente consciente, el cuento se haya ido convirtiendo en mi favorito.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

lunes, 10 de febrero de 2014

Calambur especificativo y explicativo


En España, el gran problema de la Justicia no está en los juicios que son paralelos; sino en los juicios, que son para lelos.
Nos toman por tontos.

domingo, 19 de enero de 2014

Desmentido

Tempus fugit, de Jordi Martorell AtribuciónNo comercialSin obras derivadas

No es cierto que el tiempo lo cure todo.

Si así fuese, los hospitales serían relojerías.

viernes, 17 de enero de 2014

Cuestión de orden

   He añadido al dibujo, hallado en la red, los puntos y las letras voladas con que han de
   representarse correctamente las abreviaturas de ordinales. Sin embargo, no he
   querido alterar la ubicación de losnúmeros en el podio, a pesar de que creo estar
   convencido de que 2.º y 3.º equivocan su lado.
Hoy, en clase de ESO, tocaban los numerales ordinales.

—¿Hasta cuál, profe?
—Hasta el infinito y más allá.

Algunos han captado el guiño cinematográfico. Los más no estaban para muchas hostias ante lo que consideraban que amenazaba con ser un martirio.

—¿Quién verbaliza esta cifra: 7.777.º?
—¡Se nota cuál es tu número prefe, profe!
—Fulanito, es usted un portento de retórica: ¡Qué ocurrente y apocopada paranomasia!

En fin, ha habido quien, efectivamente, ha acertado con el sietemilésimo septingentésimo septuagésimo séptimo. Pero, gimnasia cerebral aparte, poco importa que lo hayan sabido, pues ninguno de ellos volverá a usarlo jamás. Sí, en cambio, es de prever que, antes o después, precisarán de otros numerales que ordenan menores cuantías: el 11.º y el 12.º, por ejemplo. Anotados en la pizarra, así como aquí figuran, en cifras, he pedido a la clase que los leyese, que los descifrase. Casi todos ellos han contestado de igual manera: «decimoprimero» y «decimosegundo». He procurado estar atento a la respuesta múltiple y creo que nadie ha respondido ni «décimo primero» ni «décimo segundo», pronunciando separados los formantes —lo cual también habría sido correcto—. Sí, en cambio, ha habido quien ha contestado «undécimo» y «duodécimo», ambas, formas etimológicas y preferidas por el uso culto.

Ha sido entonces cuando, de forma fingida y afectada, me he puesto melodramático y les he implorado a todos que optasen, en adelante, por estas y no por otras formas, a fin de salvarlas de una muerte segura, la cual habrá de acontecer en apenas cincuenta o sesenta años. Temo, sin embargo, no haber despertado suficientemente su heroísmo lingüístico.

Con todo, me daré por satisfecho si, a cambio, logran entre todos fortalecer al esmirriado de los ordinales: el nono, hermano paupérrimo del noveno. Al principio, cuando les advertía acerca de la singularidad de la forma noveno, les costaba creerme. Hasta que les he explicado que, análogamente a las formas ordinales del catalán —cinquè, dotzè...—, en castellano, existieron las formas cinqueno, doceno..., frecuentes en el habla medieval y, de las cuales, hoy solo nos resta este noveno, causante del estertor moribundo de nono, que, a su vez, ha habido de conformarse con una suerte de supervivencia lexemática: nonagésimo, noningentésimo, nonagenario.

En fin, en rigor y como curiosidad etimológica, cabe señalar que, en el español actual, existe otro testimonio de la pervivencia de los antiguos ordinales. El correspondiente al cardinal doce no solo fue la forma doceno, sino también duodeno, de donde toma su nombre la primera porción de nuestro intestino delgado, por medir unos doce dedos de largo.

martes, 7 de enero de 2014

NOOSomos iguales

Ayer, consuetudinariamente, recibí vía c. e. la palabra del día de Ricardo Soca. El don de la oportunidad acertó a que esta fuese el sustantivo rey.

La entrega, también como de costumbre, informaba sobre todo de la etimología de esta palabra, cuya raíz indoeuropea reg- hace referencia «a la idea de moverse en línea recta y, metafóricamente, tener comportamiento correcto, cumplir las reglas». No en vano, dicha raíz está en el origen de las voces latinas rectus, correctus y regula.

En su último párrafo, el texto nos recordaba que «Los indoeuropeos eran pueblos primitivos, prehistóricos, que se congregaban en grupos dirigidos por un guía o jefe, que les indicaba el camino recto, que más tarde los romanos llamarían rex y que llegaría al castellano como rey».

Veinticuatro horas después todos los rincones informativos de periódicos, radios y webs se llenaban con la noticia de que, por fin y de nuevo, la infanta Cristina ha sido imputada. Y, claro, uno no tarda en recordar que el bueno —es un decir— de Juancar no solo no sigue «camino recto» ninguno, sino que ni siquiera sabe indicarlo pues, por mucha ambientación navideñotelevisiva que envuelva a su retórica oficial mientras perora, ni su propia hija le hace caso. Acaso, sencillamente, porque no haya caso; yo, como muchos otros, pienso que el gran Borbón no es ajeno a nada. Ni en esto, ni en el asunto de la herencia...

Que, demasiado a menudo, los poderosos no solo interpretan las leyes a su conveniencia sino que, además, las acomodan a ella para enseguida quebrantarlas es algo que está fuera de toda duda, cuando menos en esta España de corrupción endémica. «Allá van leyes, do quieren reyes» —nunca mejor dicho—.