viernes, 19 de julio de 2013

Hacienda no somos todos

El fraude fiscal en España se cifra alrededor de los 70 millardos de euros—escribámoslo con todos sus ceros para mayor dilatación de las pupilas lectoras: 70.000.000.000 €—. Ello significa que, con lo que en este país se deja de pagar al erario, tendríamos cubierto el presupuesto total para la sanidad pública.

Sin necesidad de disponer de esta u otras cifras exactas, viene siendo habitual en las informales charlas con algún amigo o conocido que se entone una suerte de mea culpa en la opinión de que, entre todos, nos estamos cargando el sistema, ya que quien más y quien menos ha cobrado o pagado alguna facturita en negro, quien más y quien menos se ha beneficiado del material disponible en su puesto de trabajo, etc. No voy a negar la parte de razón que hay en criticar estas actitudes; pero, si los cimientos se tambalean, no es porque mi vecino no le haya exigido factura al pintor que acaba de blanquear las paredes de su comedor, ni porque haya sanitarios que, desde que lo son, no hayan comprado una sola gasa en la farmacia; si los cimientos se tambalean, es porque las grandes fortunas y las grandes empresas tienden, de manera alarmante, a incumplir con sus obligaciones fiscales. Más del 70% de esos 70 millardos de euros defraudados se deben a ellas. Mi vecino y el pintor —¡no digamos ya el sanitario!— no son el auténtico problema. Los autónomos y las pymes, que representan el 97% del tejido empresarial de nuestro país, solo son responsables de un 17% y un 8%, respectivamente, del fraude fiscal. No es que el porcentaje sea despreciable, pues supone un total de 17.000 millones de euros; pero, comparativamente, la cifra es menor.

Conociendo estos números, a uno aún le duelen más lo recortes en prestaciones y en salarios.

Y, a todo ello, vienen a sumarse los escándalos de corrupción con nombre propio, los cuales crecen exponencialmente en relación directa con la crisis económica y van camino de convertirse, si no lo han hecho ya, en una constante lamentable. De tal modo es así, que el conocido eslogan de que «Hacienda somos todos» ya no hay quien se lo crea. Evasiones de dinero, desvíos de capitales, fraudes financieros, paraísos fiscales..., y lo peor de todo: la amnistía fiscal. El campo semántico de la corrupción es profuso, tan copioso como su lista onomástica: Bárcenas, Urdangarín, Millet y Montull... La trama Gürtel, el caso Nóos, el cas Palau, el de los ERE andaluces... Los puntos suspensivos responden al temor de nutrir con facilidad estas enumeraciones; no vaya a ser que se cumpla aquello de Multorum peccatum inultum 'el delito de muchos queda impune'.

Algo que no dejará nunca de sorprenderme en este circo de corruptelas es el proceso de victimización al que suele someterse, inicialmente al menos, el corrupto. En los casos en que este pertenece a un partido político o algún otro organismo social con carga ideológica, la acusación de corrupción es siempre infundada y responde a una campaña de desprestigio por parte de los otros. Si la evidencia de los hechos empieza a ser innegable, entonces la solución adoptada es dejar de hablar del asunto e iniciar el y tú más o el y tú qué. Llega a ser desesperante la facilidad con que todos ven la paja en la corrupción ajena; pero no, la viga en la propia.

La victimización suele ser más constante en el caso de los famosos que defraudan a Hacienda. Y van ya unos cuantos: Lola Flores —y, posteriormente, su hija Lolita—, Ana Torroja, M.ª José Campanario, Isabel Pantoja, Lionel Messi, Sergi Arola... El caso del Sr. Arola resulta, en este sentido, paradigmático, pues por muy cocinero estrellado que sea, es un insulto a la honradez que llegue a sentirse agraviado porque el fisco le reclama lo que a todos. El tipo, al ver precintada su bodeguita, vino a decir irónicamente que así se le pagaba el tiempo que ha estado representando y dando prestigio a España. En su ironía, resulta cínico que quien no paga hable de que se le pague, así o de cualquier manera. No sé si a estas alturas del asunto el cocinerito habrá vendido ya su moto o no, pero a eso se resume su apuro: a quedarse sin la Harley para pagar a Hacienda. ¡Venga ya, no me jodas!

Todos son víctimas, todos son mártires... Si los oyes hablar, los inscribes rápidamente en un nuevo martirologio. Claro que, con ellos, estaríamos cambiando cuerpos incorruptos por mentes corruptas.

Lo de Messi es de peor entendimiento aún. Resulta frustrante intentar adivinar cuál puede ser la razón que tiene para defraudar dinero quien, además de nadar en la abundancia, resulta ser el espejo en que se miran y al que admiran tantos niños. Por otro lado, la táctica de victimización utilizada por el futbolista ha sido distinta: seguramente ignorante del aforismo jurídico Ignorantia juris non excusat  'la ignorancia no exime de culpa', el Sr. Messi ha tirado del viejo truco del Yo no lo sabía. Sus palabras exactas —para que no tenga que ponerlas yo— han sido «De eso no sé nada, hay asesores y abogados que manejan estas cosas y confiamos en ellos». Desde luego, quien aplaude sus diabluras en el terreno de juego —yo, el primero— no espera que el genio del balón lo sea, además, de la contabilidad fiscal. Hasta aquí, bien; no obstante, si el fraude que se le imputa se cifra en 4,1 millones de euros, pero resulta que el futbolista ha pagado ya 10 millones en dos declaraciones complementarias y, además, negocia con Hacienda el pago de 15 millones más como acuerdo para evitar el juicio por fraude, a mí me huele más a podrido que en las dinamarcas shakespearianas. Si tenemos en cuenta la impericia gestora de Messi, hemos de pensar que el ahorro fraudulento de los 4,1 millones de euros en impuestos lo idean los asesores financieros. Ahora bien, si ello es así, ¿cómo ha de entenderse que el futbolista siga confiando en ellos aún? Yo los hubiera despedido ipso facto. Por otro lado, cabe preguntarse, asimismo, sobre si Messi realmente estaba en la inopia o era parte confabulada en la orquestación del fraude, porque no entiendo qué beneficio pueden obtener unos asesores que ahorran a su cliente un dinero que el cliente ignora que haya sido ahorrado; y ello, sin considerar el altísimo riesgo que se corre al cometer un delito.

¿O es el padre?

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