domingo, 14 de abril de 2013

Res publĭca

La madrugada del martes 14 de abril de 1931, a las 6.30 h, el ayuntamiento de Éibar alzó la bandera tricolor.

Ochenta y dos años han ido sucediéndose lentamente, uno tras otro, desde entonces. Algunos demasiado lentamente: tres fueron de cruenta guerra y cuarenta, de dictadura represiva y privación de libertades. Los más recientes dejan caer sus días sobre nosotros como torturadoras gotas chinas —malayas, dirían muchos, erróneamente— de crisis económica y corrupción política —¿o es lo mismo?—. En fin, lo que nunca dejará de sorprenderme es que ochenta y dos años después, siga habiendo un Borbón con corona ceñida a su regio cráneo. Ello ha hecho bueno el cínico apotegma lampedusiano de "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

Uno de los principales motivos por los que advino la II República Española fue la deslegitimación de la monarquía borbónica, al haber permitido Alfonso XIII los siete años de la dictadura de Primo de Rivera. La coronación de Juan Carlos I cierra el círculo al haber sido permitido él por el dictador Francisco Franco. Hay quien objetará que este rey salió de las urnas; pero, en 1978, España transitó de la dictadura a la democracia con un 88,54 % de papeletas como la siguiente:
¿Realmente estaban eligiendo los ciudadanos una monarquía frente a una república? No. Su voto apostaba más bien por una anhelada democracia frente a una dictadura odiada. Sucede que, al hacerlo, en el paquete venía incluido el art.º 1.3: "La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria".

Por otro lado, yo no estaba allí —al menos, no con la edad suficiente para votar—, por lo que yo no elegí rey. Quisiera, pues, poder renunciar a él. Y ahí es donde radica el problema: a un monarca no se le refrenda cada equis tiempo; hay que aguantarlo hasta que le dé la real gana, momento en que abdicará en favor de su hijo, al que, a su vez, habremos de aguantar hasta que... ¡Manda uebos! Se nos llena la boca cuando decimos que somos demócratas, tendemos a votarlo absolutamente todo, entre amigos, en el trabajo..., y aun en familia para decidir la cena del sábado: ¿Pizza o hamburguesa? Que levanten la mano los que... Y, en cambio, no podemos decidir si queremos que el mandamás del Estado lleve corona o simple sombrero —si se tercia llevarlo—.

El vicesecretario general del PP, Javier Arenas, ha declarado hoy que “Es de miserables no ver el papel clave de la monarquía”. Si lo dice, por el papel integrador durante la Transición..., ¡psé! Si lo dice por el papel antigolpista en el 82..., hay quienes ni siquiera lo ven claro. De todas formas, aunque concediésemos sendos síes aquiescentes a ambos papeles, de ahí a hablar de una "hoja de servicios impecable" del rey...  ¡Si palacio es una olla de grillos! Veamos: nietos menores manejando ilegalmente armas, yernos exdeportistas manejando corruptamente dineros públicos, infantas pretendidamente pusilánimes desconociendo enriquecimientos ilícitos, papás difuntos dejando herencias en paraísos fiscales..., cazas de elefantes, cazas de rubias, caídas tontas, operaciones en clínicas privadas, más caídas tontas y más operaciones... A continuación voy a ofrecer unos datos obtenidos de una fuente de información que acaso deja mucho que desear, pero que es suficiente para que nos hagamos una graciosa idea acerca de qué es lo que me tengo que tragar porque no me dejan ser republicano. Entre las listas que confecciona la web 20 minutos, se halla la de Los peores escándalos de las familias de la realeza. Pues bien, en el puesto número uno del ranking, se halla, como no podía ser de otra manera, Iñaqui Urdangarín —o Urmangarín, Urdanguarrín, Urdancaín, (H)Urtadinerín..., como va llamándole la invectiva popular—. La segunda y sexta posiciones no son para otro que para el ínclito Juancar: una, por ciertos asuntos paquidermos, a pesar de haberlo sentido mucho, de haber reconocido que se había equivocado y de haber asegurado que no volvería a ocurrir; otra, por su irrefrenable donjuanismo, el cual ha ido a dar en lo que ya se conoce como La soledad de la reina. El octavo lugar lo ocupa Felipe Juan Froilán, por su accidentado disparo. El décimo, la cuñada suicida del príncipe. El decimoquinto, la princesa Letizia y su acaso anorexia.

En fin, impecable, como dice el pepero. Y eso que nada se dice de los mil ochocientos millones de euros en que se calcula la fortuna de Juan Carlos, según publicaban el año pasado varios medios: Forbes, The New York Times... ¿Estaría incluida ya la herencia suiza en esa millonada?

(Perdóneseme; es deformación profesional: ¡tres faltas de ortografía en la papeleta del "sí"!)

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