miércoles, 1 de diciembre de 2010

Apunte parabalompédico.

17.30 h de la tarde del lunes, la del clásico (adjetivo al que alguien, acertadamente, volvió a desustantivar en la sentencia "clásico repaso"). El autocar de la expedición madrileña arriba a los aledaños del Camp Nou. La masa culé le abre pasillo (no precisamente de honor) y recibe a los jugadores rivales, sursum corda, con el corazón bien en alto (me refiero al dedo, claro), amén de con los obligados baldones, oprobios, increpaciones y  vituperios de escasa delicadeza expresiva, los más, y vario ingenio lingüístico, los menos.

Las ventanillas del autocar, convenientemente ahumadas. Todas, salvo las delanteras laterales, necesarias a la visión del conductor. Por la de la derecha, cínica sonrisa en las comisuras y acerado brillo en los ojos, asoma  el saludo de Mourinho, quien, impertérrito, hace oscilar levemente de derecha a izquierda, y viceversa, su mano siniestra, abierta de par en par. ¡Qué cojones tiene el tío!

Final del partido. Cinco a cero: una manita. Se suscita un dilema: ¿lo de Mou fue saludo sedicioso o mal agüero y buen pronóstico?